Retrato del Marqués de Velero, Virrey de Cerdeña entre 1704-1707

El Palacio Real de Cagliari: un Real Sitio en el centro del Mediterráneo (III)

Por Javier Revilla Canora (IULCE-UAM)

Tras dedicar la primera entrada a una perspectiva general del reino de Cerdeña, y una segunda a una vista al barrio noble de su capital, nos centraremos en el principal edificio del castello, símbolo del poder político y de la representación de la magnificencia real: el Palacio Real de Cagliari.

Las primeras referencias de su existencia corresponden al año 1337, cuando Pedro IV de Aragón adquirió una serie de estancias para la ampliación del edificio contiguo al palacio episcopal. A partir de ese momento se comenzó a construir un palacio, que se fue ampliando con la anexión de diversas propiedades adyacentes durante los siglos XVI y XVII. Éstas fueron transformando lentamente el palacio para dar espacio a las diversas funciones públicas y privadas que el ceremonial cortesano de la Casa de Austria trajo consigo tras el acceso al trono de Carlos I. Así, el palacio debía adecuarse a las exigencias habitacionales del virrey, su familia y la corte. Estos trabajos de adaptación de un edificio medieval nos recuerdan a los acometidos en el Real Alcázar de Madrid y su paulatina conversión en residencia regia. Monarcas como Pedro IV o Alfonso V de Aragón residieron en el palacio. También lo hizo Martín I de Sicilia, heredero del rey aragonés, que murió en la isla y cuyo sepulcro es una de las más bellas obras de arte dentro de la catedral. El Emperador Carlos estuvo en Cagliari en el contexto de la campaña de Túnez de 1535. No se alojó en el palacio real pero sí pudo admirar en primera persona la imponente vista de las murallas, además de realizar una visita a la catedral. A partir de ese momento, ningún otro monarca volvió a residir en el palacio.

La progresiva institucionalización de la administración política y económica del reino no hizo sino aumentar la necesidad de espacio. En la planta baja, el edificio alojaba a los ministros reales que, con el paso del tiempo, fueron aumentando en número. Así, encontramos en este emplazamiento la sede del procurador real, el maestro racional, el regente de la tesorería, el de la real cancillería o los miembros de la real Audiencia. Los problemas de espacio surgieron en la temprana fecha de 1480, con motivo de la búsqueda de un lugar para establecer los diversos archivos de estas instituciones. Vemos nuevamente cómo el Palacio Real de Cagliari sigue la misma estructura del Alcázar madrileño, en el que las covachuelas servían como lugar de trabajo de diversos organismos reales. En las zonas nobles, los virreyes se alojaban junto a una Casa formada por miembros de la nobleza local y personal de servicio doméstico, nuevamente imitando la organización de las Casas reales de los monarcas. El número de servidores dependía de la condición del virrey de turno, manteniendo el esquema madrileño, aunque a pequeña escala.

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Fachada principal del Palacio Real de Cagliari

La situación económica del reino provocó que ninguno de los virreyes que gobernaron Cerdeña en el periodo habsbúrgico pudiera acometer una remodelación completa del palacio, al estilo de otras cortes como la napolitana. Además, las condiciones propias del enclave, así como la escasez de suelo disponible o la humedad, hacían que, de forma constante, se realizasen pequeñas intervenciones de mantenimiento y mejora de las instalaciones reales. Muchos fueron los virreyes que se quejaron de las malas condiciones en que se encontraron el Palacio a su llegada. El virrey Sánchez de Calatayud obtuvo permiso del Consejo de Aragón para realizar reformas parciales para acondicionar la residencia regia y que el virrey con su familia y servidores puedan estar y habitar cómodamente en el dicho palacio. La escasez de espacio obligó a que parte de los integrantes de la Casa de los virreyes tuvieran que alojarse en edificios alquilados para tal fin. Este tipo de práctica sería algo habitual en la corte sarda, aunque produciría gastos extraordinarios para la Real Hacienda. La documentación y los testimonios de varios virreyes nos hablan del Palacio Real de Cagliari como un espacio poco adecuado para la representación de la majestad real.

Uno de los virreyes que dejó una impronta más notable en el edificio fue el VII duque de Montalto, Luis Guillermo de Moncada, quien se hizo cargo del gobierno del reino de Cerdeña entre 1645 y 1649. Tras su llegada a Cagliari, no tuvo una opinión positiva del palacio, pues le resultó de poca comodidad para su habitación y mala disposición para el lucimiento de sus alhajas. En una reciente publicación de Ida Mauro y Valeria Manfrè, se analizan los principales trabajos que tuvieron lugar en el interior del palacio. Estos se concentraron, principalmente, en la capilla y en la antecámara y la Sala del Consejo, es decir, en los espacios donde el virrey se hacía visible públicamente. Los detalles que Moncada introdujo, seguían la línea de reales sitios como el Alcázar de Madrid o el Palazzo dei Normandi de Palermo, detalles que tanto él como la virreina conocían a la perfección. Para la sistematización de la antecámara de la Sala del Consejo, en la que debían esperar aquellas personas que querían ser recibidas por el virrey, se situaron elementos de representación del poder: las armas del reino de Cerdeña, los emblemas de Felipe IV y los de la propia familia Moncada. Para completar este programa iconográfico se introdujeron una serie de retratos de los trece virreyes que le habían precedido, comenzando por su ancestro Miquel de Moncada, virrey de Cerdeña entre 1578 y 1590. Los retratos de los virreyes fueron encargados al valenciano Blas Orliens, enigmático pintor que han estudiado tanto Mercedes Simal como Yolanda Gil Saura. Maria Grazia Scano señaló que la intención de Montalto no fue la de crear una galería de virreyes ex novo, sino completar lagunas de los que ya había, y aumentar la colección.

Sala del Consejo, Palacio Real de Cagliari

La galería de retratos fue continuada por sus sucesores. Así lo atestigua un retrato del cardenal Tribulzio de 1649, pintado por el siciliano Paolo de Girache que en la actualidad no se conserva. Del mismo modo, los trabajos estructurales iniciados por Montalto fueron continuados por otros virreyes, e incluso, por virreyes interinos. Casi una década después de la partida de Moncada, su cuñado, el III marqués de Castel Rodrigo, virrey de Cerdeña entre 1657 y 1662, abandonó temporalmente Cagliari para agilizar las obras. Sin embargo, en agosto de 1658 se desató un incendio tras el cual, numerosas obras de arte, mobiliario y estancias se perdieron. En relación a la galería de retratos, podemos dar un último dato. En un inventario custodiado en el Archivio di Stato di Cagliari, fechado en 1830, se conservaban sólo una docena de estas obras. En el documento se señala que la mayoría estaban colgadas en la sala de alabarderos con la única excepción del retrato del marqués de Valero, don Baltasar de Zúñiga y Guzmán. En el Setecientos se llevó a cabo una nueva galería de retratos, esta vez vinculados con la casa de Saboya, muchos de los cuales aún hoy cuelgan de las paredes del real palacio cagliaritano. El edificio se dotó adecuadamente de todo tipo de obras de arte y de mobiliario ricamente ornamentado cuando Carlo Emmanuele IV y Vittorio Emmanuele I, duques de Saboya y reyes de Cerdeña, instalaron su corte en la isla (1799-1815) debido a la ocupación francesa del Piamonte, en el contexto de las guerras napoleónicas. Desde finales del XIX se sitúa en el edificio la sede de la Presidenza della Provincia di Cagliari.

Queda claro, por tanto, que desde la anexión del reino de Cerdeña por parte de Jaime II en 1297, y hasta nuestros días, el palacio estuvo constantemente inmerso en reformas de ampliación y mejora para adaptarse a los usos y costumbres de cada momento, a las exigencias personales de aquellos nobles que ejercieron el gobierno en la isla, pero sobre todo, para adecuarse a la proyección de una imagen decorosa de la autoridad regia.

La intención de esta serie de posts, no ha sido otra que la de situar el palacio real y el reino de Cerdeña en el contexto de los Reales Sitios de la Monarquía de los Habsburgo, poniendo de manifiesto que existen otras cortes no tan periféricas que son, en cambio, desconocidas. Su estudio, creemos, puede aportar puntos de vista novedosos y complementarios en las áreas de conocimiento histórico.

Bibliografía

  • Alessandra Pasolini y Rafaella Pilo (eds.), Cagliari and Valencia during the Barroque age. Essays on Art, History and Literature, Valencia, Albatros, 2016
  • Cenza Thermes, Castello, Cagliari, Zonza Editori, 2007
  • VV.AA, Il Palazzo Regio di Cagliari, Cagliari, Ilisso, 2000.
  • Gabriela Olla Repetto y Carlo Pillai,  «Documenti per la storia del palazzo regio di Cagliari», in Archivio storico sardo, n. XXXII, pp. 189-194.
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Galería de Virreyes, Palacio Real de Cagliari