Ricardo Rubio, Manuel B. Cossío, Alberto Giner, Tomasa Pantoja, José Giner y Francisco Giner de los Ríos. El Pardo, 1892. Fundación Francisco Giner de los Ríos. [Tomado de Alberto Jiménez- Landi, La Institución Libre de Enseñanza y su ambiente].

La Institución Libre de Enseñanza y el Real Sitio de El Pardo

Por Javier Fernández Fernández (Archivo General de Palacio, Patrimonio Nacional)

Los protagonistas de la Institución Libre de Enseñanza, gracias a su interés por la Sierra de Guadarrama, se acercaron a los reales sitios ubicados al norte de Madrid: El Pardo, San Lorenzo de El Escorial y San Ildefonso. La Granja fue lugar de vacaciones estivales de varios de sus miembros, como el propio Manuel B. Cossío. El Escorial fue el lugar pensado por Francisco Giner de los Ríos para sede de la Universidad Central. Y El Pardo fue el destino predilecto para las excursiones y tertulias dominicales de Giner de los Ríos con sus discípulos.

En el último cuarto del siglo XIX el ambiente de la Institución Libre de Enseñanza irradió desde el Paseo del Obelisco hasta El Pardo. La razón principal fue que Alberto Giner Cossío, primo de Giner de los Ríos y médico y profesor de excursiones de la Institución Libre de Enseñanza, se estableció en el real sitio a comienzos de la década de 1880 para dirigir los Asilos de San Juan y Santa María. Éstos fueron una fundación del Gobernador de la provincia de Madrid Juan Moreno Benítez, quien en 1869 tomó dos edificios junto al Palacio, la Ballestería y el Cuartel de Guardia de Corps, para atender a los mendigos de Madrid, mujeres y hombres de todas las edades, a los que se enseñaba un oficio y educación, en el caso de los niños. Alberto Giner ocupó la dirección de los Asilos hasta 1922. Durante este tiempo vivió en los Asilos (hoy Cuartel de El Rey), junto con su mujer Tomasa Pantoja y su hijo José Giner Pantoja.

Asilos
Marcos González. Vista del patio de los Asilos de El Pardo. Colección del autor.

En 1883 Francisco Giner de los Ríos publicó su artículo sobre “El Real Sitio de El Pardo” en La Ilustración Artística donde elogiaba especialmente su paisaje:

Este hermosísimo parque […] ofrece todavía, gracias a haberse librado de las imprudencias de la desamortización, un admirable paisaje, donde el sombrío verdor de las encinas, la esmeralda de los pinos, la plateada seda de las retamas, las zarzas, jaras, rosales, espinos, sauces, fresnos, chopos y álamos blancos, cuyo pie alfombran con inagotable profusión el tomillo, el cantueso, el romero, la mejorana y otras olorosas labiadas, que huellan sin cesar gamos y conejos, forman una vista grandiosa, coronada por la vecina sierra con su cresta de nieve en el invierno, sus radiantes celajes en el verano, y en todo tiempo con su imponente masa y graves tintas”.

A lo largo de estos 40 años que Alberto Giner residió en El Pardo fueron “obligatorias” las excursiones dominicales a pie hasta El Pardo, encabezadas por su primo Francisco. Quizá el mejor testimonio de estas salidas nos lo ha dejado José Pijoán en Mi don Francisco Giner:

“El Abuelo va a El Pardo todos los domingos; habla ya de su fiesta en el campo dos o tres días antes. ¿Con quién irá esta semana? Generalmente, Cossío sale más tarde; aprovecha la mañana de asueto y de quietud en aquella casa-escuela para escribir. Pero el Abuelo sale temprano con algún amigo o uno de sus discípulos que ha venido a buscarle.

La mañana la pasan solos. El discípulo se atreve al principio a exponerle en esta soledad sus más íntimas dudas y dificultades. ¡El Abuelo reacciona tan dulcemente en aquel ancho horizonte abierto! Se para a escucharle a la sombra de una encina, y aun contesta con una explicación ideal; pero, a menos de ser algo muy importante, su compañero pronto nota que el Abuelo está perdido en un éxtasis de asombro. Sus ojos miran algo lejano, que acaso no sea lo mismo que está viendo el discípulo abrumado. La conversación enmudece; el Abuelo exclama sólo de vez en cuando:

  • ¡Dios mío, Dios mío, y qué indignos somos de esta terrenal belleza!…

A veces se tiende en el suelo, levantando sólo la cabeza con las manos para mirar mejor; absorbe, diríase, con los ojos los colores del campo; huele la tierra; se adivina que percibe cantos en el rumor de las ramas de las encinas…

Esto puede durar horas, lo mejor de la mañana, a lo más, interrumpido por un breve diálogo […]”

Las excursiones acababan en la casa de la familia Giner Pantoja, donde se organizaban tertulias. En la necrológica de Alberto Giner publicada en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza de noviembre de 1931 se describe cómo fueron:

“Aquella morada, presidida por el generoso ánimo hospitalario y la fragante gracia acogedora de la dueña de la casa; aquella sala y aquel comedor, no ricos en moblaje, pero próvidos en ornamentos espirituales; aquella exquisita conjunción de modestia y buen gusto; aquella invernal chimenea que calentaba a los huéspedes con lentas brasas de troncos de encina y jubiloso chisporrotear de tomillos; el ambiente de nobleza y elevación que allí se respiraba, son cosa inolvidable para cuantos tuvieron la fortuna de gozarlo. Varias generaciones de amigos y discípulos de D. Francisco y de la Institución, desde la de aquellos que, como Riaño, superaban en edad al maestro, a la de los muchachos que se inician hoy en la vida pública, restauraron sus fuerzas y calentaron sus miembros, al término de dominicales excursiones por los cerros de El Pardo, con el refrigerio y la lumbre pródigamente ofrecidos en aquella casa, encarnación perfecta del hogar «franciscano», en la cual lo que menos nutría y caldeaba eran el fuego y los manjares. Junto a D. Francisco, que presidía las tertulias, siempre en pie, apoyado en la chimenea, congregóse allí, durante más de 30 años, cuanto tenía significación en la vida espiritual española, y muchos de los planes de donde va surgiendo ahora la nueva España fueron forjados y discutidos en torno a aquel hogar nunca apagado. La salita de El Pardo, núcleo de donde brotaron tan levantadas realidades, debería ser lugar de peregrinación para los amantes del renacimiento patrio, si tuviéramos sensibilidad para ese linaje de cosas.”

Alberto Giner, debido a su prestigio como médico, tuvo pacientes particulares que vivieron en alguna de sus casas de El Pardo. Conocemos los casos del entonces discípulo de Miguel de Unamuno Luis de Zulueta, del escritor y traductor Ramón María Tenreiro, del hispanista Marcel Bataillon, y del neurocientífico Nicolás Achúcarro. Además, otros visitantes ilustres frecuentaron a la familia Giner como Juan Facundo Riaño, Concepción Arenal, Joaquín Costa, Fernando de los Ríos, Julián Besteiro, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez o John Dos Passos.

postal de zulueta
Postal de Concha [apellido desconocido] y Francisco Giner de los Ríos a Luis de Zulueta. 1908. Colección del autor. Detalle del texto de Giner volteado y ampliado.

Su hijo, José Giner Pantoja, fue profesor en la Institución Libre de Enseñanza, organizó excursiones con sus alumnos a El Pardo y publicó una guía de excursiones en el primer número de la revista Residencia de 1926. Diez años después, en la primavera de 1936, el gobierno del Frente Popular le nombró Vocal-Delegado del Orfanato Nacional de El Pardo, nombre que tomaron los Asilos de El Pardo a partir de la Segunda República. Su labor en favor de los huérfanos se vio interrumpida por el estallido de la Guerra Civil. Se dedicó entonces a la protección del patrimonio artístico, siendo nombrado secretario general de la Junta Superior del Tesoro Artístico en 1937.