El Real Sitio de San Lorenzo del Escorial, cuna de leyendas

Por Roberto Morales Estévez (IULCE-UAM)

El Escorial fue desde mucho tiempo antes de la construcción del monasterio cuna de leyendas. Desde la Edad Media en El Escorial ya se decía que en el lugar se encontraba una de las puertas del infierno. Dicha leyenda, y la imaginación de aquellos que inspeccionaron la zona del emplazamiento del futuro complejo real, jugó en su contra, como cuenta el propio Fray José de Sigüenza:

Acudieron todos para el día señalado y partieron de Guadarrama muy alegres; vinieron a la villa del Escorial, desde allí caminamos juntos al sitio, comenzando a subir la cuesta; se levantó un aire furioso, como era en lo recio del invierno venía friísimo, y soplaba con tanta furia que arrebató las bardas de la pared de una viñuela que estaba a la mitad de la cuesta y dio con ellas en las caras de los que subían. De este viento despertado tan de repente en esta ocasión, y de otros muchos que en otras muy notables, como veremos en estos discursos, se han levantado, han congeturado algunos, no con poco fundamento, cuánto le ha pesado al demonio que se levantase una fábrica, donde como un alcázar fuerte, se le había de hacer mucha guerra, sustentarse en ella lo que derriba en otras partes, y al tiempo que otros Príncipes destruyen las iglesias, asolan las religiones, burlan las reliquias, de los santos y de todo cuanto tiene de bien y de piedad de la iglesia (…) Parece quiso en este torbellino entristecer o desmayar los ánimos de los que venían a  explorar la tierra, para que dando al Rey noticia de su destemplanza, entibiasen los propósitos y se dilatasen hasta que con muchos sucesos se pusiesen en olvido. Los religiosos y siervos de Dios, entendiendo estos designios, o los sospecharon como gente experimentada en estos combates, animaron a los que a los que iban con ellos, y el santo fray Juan de Colmenar, que iba como por capitán o adalid de este escuadrón, dijo en voz alta a todos los que iban con él; «esta tempestad despierta el demonio para que desmayemos o para engañarnos; mas no ha de sacar de ella ningún fruto; pasemos adelante y no hagamos caso a su malicia» Animados con esta voz llena de fé y espíritu, subieron hasta el mismo sitio, y amansó mucha parte del aire(…) agradóles mucho porque conocieron las grandes comodidades que tenía el contorno (…) pp. 33-35

El Rey, mucho menos crédulo, y para tranquilizar a sus asustadizos súbditos, mandó una carta asegurando que:

“…les decía que no se espantasen del aire y tempestad que había hecho, porque también en Madrid había sido un día muy áspero y de grandes aires” p. 35

Y es que Felipe II tampoco dejó consignado en sitio alguno que El Escorial fuera muralla o tapón alguno para una puerta del Averno. Como vemos, todo lo infernal o esotérico es anterior al edificio y no influyó en nada al monarca para la construcción del mismo.

Fray José de Sigüenza. Aguafuerte de Manuel Salvador Carmona, col. Retratos de los españoles ilustres, Madrid, en la Imprenta Real, 1791. Biblioteca Nacional.

Posiblemente aquella leyenda que tuvo más predicamento fue la del gran perro negro que aullaba en las oscuras noches de El Escorial. Como informa Fray José de Sigüenza:

…comenzaron a decir los peones (…)  que andaba de noche en esta fábrica un perro grande y negro, con unas cadenas arrastrando, que de cuando en cuando, daba unos aullidos temerosos; fue creciendo la fama, y aunque la gente de algún seso se reía de esta niñería, otros de menos caudal o más malicia la alentaban, fingiendo cuentos y vistas de tal suerte, que voló por todo el reino, y apenas se hablaba de otra cosa, sino del perro negro de San Lorenzo 

Mucha literatura posterior ha vuelto sorprendentemente sobre el pobre animal cuando, como nos comenta de nuevo Sigüenza, simplemente se trataba de un perro perdido, posiblemente del marqués de las Naves, que iba buscando a su dueño en la noche entre aullidos lastimeros. Triste final tuvo el animal, que terminó colgado en la puerta del claustro por dos frailes, para que todo el mundo que fuera a escuchar misa viera el origen de los aullidos que les atemorizaron durante la noche.

Todo esto oculta la verdadera grandeza del edifico y contribuye a acrecentar la leyenda negra de Felipe II. El monarca fue un amante y estudioso de la arquitectura en sus viajes por Europa. Contaba en su biblioteca personal con obras de Vitrubio o Sebastiano Serlio, pasión que materializó no sólo en El Escorial, modelo, por otro lado, del clasicismo más puramente hispano. Olvidamos sus trabajos de mejora del Alcázar madrileño, del Palacio del Pardo o del ahora ruinoso Palacio de Valsaín.

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El Monasterio del Escorial en Obras, Dibujo atribuido a Fabrizio Castello o Rodrigo de Holanda, Colección del Marqués de Salisbury, Hatfield House, Londres.

La Plaza Mayor madrileña fue ideada, soñada y planificada para mayor gloria de la Corte de su imperio y de su hijo por Felipe II. Carlos III siempre suele ser calificado como “el mejor alcalde de Madrid”, pero Felipe II fue su creador e inspirador.

No sólo como arquitecto, sino como consumado amante de la naturaleza y conocedor de la misma, se preocupó por los jardines de sus palacios, de nuevo, utilizando lo mucho que había aprendido en sus viajes por Italia e Inglaterra. Buena muestra de ello la tenemos en El Escorial.

El Escorial no sólo se concibió como un palacio, un monasterio o una basílica. El Escorial se concibió además como centro de saber donde Felipe II se esforzó por reunir la mejor de las bibliotecas posibles para los estudiosos. Un punto de encuentro donde se cultivó el gusto y estudio por todo lo exótico y nuevo que llegaba de un mundo que crecía por momentos. Centro de estudio de la Medicina, de las plantas medicinales o de la ciencia experimental, donde se guardaba una nada despreciable colección de instrumental científico. Mucho para un rey supuestamente supersticioso, intransigente y que sumió al país en la incultura. ¿O no fue así?